lunes, 16 de agosto de 2010

Qulapilun












En pleno campo los olores y ruidos pueden ser molestos, pero de alguna forma no resultan así, estos mismos serían insoportables en la ciudad, la que además tiene sus propios olores, colores, señales y ruidos; pareciera que en el campo existiera un paréntesis de espacio en que refugiar la vista, un colchón de distancia y de paisaje en donde el canto de un pájaro de la tarde suena más fuerte que el balido incesante de un cabrito que llama a su madre; también se empequeñece el sonido de una sierra que corta madera allá loma arriba. Las horas caen y los reflejos dramáticos del sol en el tranque anuncian el nuevo canto vespertino de las aves.
Los pimientos rugosos que se inclinan hacia las aguas riegan a un verde pasto espontáneo con multitud de bolitas rojas, sus semillas; los patos sumergen la cabeza en el agua por períodos interminables, buscando en fondo fangoso y sub-acuático de la laguna lo que ellos no más conocen...

2 comentarios:

mária dijo...

Me encantaron las fotos y el texto delicioso. Me identifiqué, no se por qué con la primera foto.
Un abrazo.

antonia obiol y corcoll dijo...

Que bueno que te gusten Mária... claro que como antigua vestuarista de espantapajaros, este es un sujeto muy mal vestido, puede que tu solo seas una timida espantadora de aves en campos olvidados..

Un abrazo.